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lunes, 25 de mayo de 2020

POBLACIONES BLANCAS Y OSCURAS


El factor racial constituye desde la colonia una forma de jerarquización social, y permitió establecer el predominio del modelo estético blanco como canon de belleza. Algunos autores afirman que en los países colonizados por europeos, la hipervaloración de lo blanco cobra sentido no solo porque la elite de estos países americanos es blanca, sino también porque estamos ante valores de belleza y poder constituidos históricamente, los cuales situaron asimétricamente a las poblaciones negras e indígenas con respecto a la blanca. El color de la piel y ciertos rasgos del rostro, incluido el cabello, han sido recursos privilegiados como evidencia de la diferencia racial. Estos estándares de belleza que han privilegiado la blancura han utilizado como estrategia de movilidad y de distinción, la degradación de la negritud. A partir de lo anterior, cabe preguntarse entonces ¿cómo la lógica del mestizaje y la clase social opera en relación con la apariencia física, los ideales de belleza y la construcción de la corporalidad? La apariencia física pasa por la evaluación de las formas corporales (color de piel, estatura, grosor, tipo de cabello, rasgos fenotípicos) y por el arreglo exterior del cuerpo, a partir de indumentaria —ropa y accesorios— y maquillaje en el caso de las mujeres; la apariencia externa puede ser alterada también a partir de prácticas gimnásticas, dietéticas y médicas (como las cirugías estéticas). Podría establecerse que al menos en la época colonial y republicana, la apariencia ideal debía aproximarse al fenotipo «blanco», pues era considerado refinado, bello y aceptado. Cuando se habla de belleza en la actualidad, a la población indígena y afrodescendiente se la ubica en una posición subalterna. De una u otra forma, la «blancura» y el tipo de cuerpo «bello» ibérico y anglosajón que ha fundado la cultura occidental arbitrariamente tanto para hombres como para mujeres se presenta como objeto de deseo, y se lo trata de imitar y reproducir.

Los negros fueron blancos y viceversa | Crónica | EL MUNDO

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