El factor racial constituye desde la colonia una forma de
jerarquización social, y permitió establecer el predominio del modelo estético
blanco como canon de belleza. Algunos autores afirman que en los países colonizados
por europeos, la hipervaloración de lo blanco cobra sentido no solo porque la
elite de estos países americanos es blanca, sino también porque estamos ante
valores de belleza y poder constituidos históricamente, los cuales situaron asimétricamente
a las poblaciones negras e indígenas con respecto a la blanca. El color de la
piel y ciertos rasgos del rostro, incluido el cabello, han sido recursos
privilegiados como evidencia de la diferencia racial. Estos estándares de
belleza que han privilegiado la blancura han utilizado como estrategia de movilidad
y de distinción, la degradación de la negritud. A partir de lo anterior, cabe
preguntarse entonces ¿cómo la lógica del mestizaje y la clase social opera en
relación con la apariencia física, los ideales de belleza y la construcción de
la corporalidad? La apariencia física pasa por la evaluación de las formas
corporales (color de piel, estatura, grosor, tipo de cabello, rasgos
fenotípicos) y por el arreglo exterior del cuerpo, a partir de indumentaria
—ropa y accesorios— y maquillaje en el caso de las mujeres; la apariencia
externa puede ser alterada también a partir de prácticas gimnásticas,
dietéticas y médicas (como las cirugías estéticas). Podría establecerse que al
menos en la época colonial y republicana, la apariencia ideal debía aproximarse
al fenotipo «blanco», pues era considerado refinado, bello y aceptado. Cuando
se habla de belleza en la actualidad, a la población indígena y afrodescendiente
se la ubica en una posición subalterna. De una u otra forma, la «blancura» y el
tipo de cuerpo «bello» ibérico y anglosajón que ha fundado la cultura
occidental arbitrariamente tanto para hombres como para mujeres se presenta
como objeto de deseo, y se lo trata de imitar y reproducir.
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